
Desde pequeña me han apasionado las relaciones humanas, la conducta y la interacción entre las personas. La curiosidad por analizar las diferencias o si todos somos iguales, me llevó a estudiar Educación social, lo que me permitió una abertura a mundos paralelos al nuestro: la falta de cariño, la ausencia de límites, el nacer en barrios y familias con carencias afectivas y estructurales, el dolor a la supervivencia, la falta de protección y trabajar con los héroes anónimos que se convierten en villanos.
Mi forma de ser, abierta y sincera, atrajo a personas cercanas y no tan cercanas que pedían mi visión y orientación.
Los másteres en mediación y en coaching me ayudaron a establecer pautas de escucha y reconocimiento entre los miembros de las familias y tareas de trabajo para mejorar las relaciones. Cuando mi hijo cumplió 3 años, decidí consagrarme a los estudios del grado en psicología.
Pude abordar la individualidad de las personas, sus necesidades primarias, sus limitaciones y bloqueos, adoptando una micro y macro mirada, contemplando a la persona y a su entorno, siendo un espejo para que la persona se refleje y decida ser su propio gestor de cambio. Empecé a trabajar con personas con altas capacidades, aunque a mí me gusta decir que trabajo con personas con capacidad, porque, si nos esforzamos, seremos capaces de conseguir todos nuestros propósitos y nuestras metas.
Mi vida transcurre en acción, en libros, cursos, formación y atención directa a todas aquellas personas y familias que lo requieren.
Mi público es diverso, desde niños a adultos, de jóvenes a padres que tratan de lidiar con sus hijos adolescentes, pasando por el trabajo psicológico, social y comunitario, participando activamente y colaborando en diversos proyectos que han requerido mi presencia.
Sé que todo en la vida no es color, que hemos de ser realistas y no ilusos, pero para poder brillar necesitamos incorporar todas nuestras luces y sombras. Solo así tendremos la mejor versión de nosotros mismos, desde la autenticidad y el respeto.